Más de cuatro décadas han pasado. Cuatro décadas ignorando el poder de la palabra, mostrándome impermeable a todas las señales que apuntaban la idea.
Quien tiene el conocimiento tiene el poder, pero es más, quien tiene el don de transformar el conocimiento en palabras, tiene el poder absoluto sobre los demás.
Hasta aquí, mi desprecio, si no mi poco aprecio por la literatura y las ciencias de las letras. Ahora caigo en su verdadero y oculto poder. Poder para entrar en la mente de los otros y obrar transformación en los mismos.
Gran parte de nuestra sociedad se ha olvidado del poder de la palabra, de forma que se ha hecho mucho más influenciable por ella, pero no por los discursos profundos, los que por su nivel de idiocia no es capaz de aprehender, sino a las vacuas y engañosas frases de los dirigentes actuales.
Hemos constituido una sociedad de pan y circo, sólo y muy influenciable por cuatro palabras-dogma, e incapaz de analizar lo que con dichas ideas están logrando hacer que pensemos y hagamos.
Llegado el momento de la globalización mundial, de la competencia interplanetaria, sólo puedo decir una cosa: ¡lo tenemos claro, ya podemos ir espabilando!